+ Aquí os presento la historia completa que empecé a escribir no recuerdo cuando y que no se cuando terminaré;...de todas formas, por hoy concluye aquí.
He incluido la primera parte, hay algunos cambios que me parece la hacen más coherente.
Muchas gracias por la paciencia que habéis demostrado y por los ánimos que me regaláis en vuestros comentarios generosamente, al referiros a mis intentos de hacer, un día de estos, alguna buena sopa de letras.
Gracias de nuevo a Yildelen por su foto
Gracias de nuevo a Elendili, por su presencia, su amor y su dedicación a la vida y al arte de vivirla.
Tenía 19 años, y había querido mucho a la madre de su madre, quien le enseño algunas cosas… de esas que se huelen al pasar los años…pero ella aún no lo sabía, solo tenía 19 años.
Casi todos creían que la abuela Lucía había muerto tras comer unas setas que fueron a recoger aquella tarde de otoño; María sabía perfectamente que no, pues ella también las había probado y lo único que sintió fue un cambio apenas perceptible en el color de sus ojos.
Pero no dijo nada a nadie, acudió al entierro, y no lloró.
Esa tarde, tras las misas, sin pensarlo dos veces, se llenó de migas apretadas y suculentas el bolsillo del abrigo y se encaminó al bosque.
Pronto llegaría el ocaso y si no quería andar a oscuras tenía que darse prisa.
El sendero, abrigado de acebos, parecía saber de su secreto. El arrendajo permaneció en silencio al verla pasar. Aunque no recordaba el camino, María sabía muy bien donde ir.
No hacía ni dos días… salió a pasear con su abuela. Se detuvieron largo tiempo a conversar y a beber un sorbo de agua junto a un haya. Acomodadas en el mullido suelo de hojas secas, Lucía le explicaba que había algunos lugares en el bosque que tenían el poder de hacer sentir bien a las personas. Y ese era uno de ellos.
Tristeza y desamparo…estaba perdida.
Nadie allí para darle la mano, nadie que borrase el miedo a la soledad que presentaba su semblante.
Se sentó junto al árbol de los recuerdos, apretando a su pecho el chal azul. El perfume del musgo embriagó sus sentidos y mientras la tarde declinaba hacia la noche, Maria se fingió dormir.
La sensación de que le faltaba algo, como si una parte de su alma hubiese sido amputada de cuajo, embargaba su ser. Un dolor opresivo en el centro de su vientre, provocado por la resistencia a dejar brotar el llanto, llenaba su conciencia.
El arroyo seguía cantando y ella lo escuchaba.
Apoyada aún en el árbol, como esperando un secreto, un consuelo, un abrazo… ¡Que bajasen esas ramas fuertes y la llevaran al más allá! ¡Que el río se hiciera humano y le enjuagara el corazón!
Pero ni el árbol ni el río eran humanos y le parecía que no sabían de su desolación.
Una piedra empezó a molestarle en la pierna, una maldita y pequeña piedra que no debía estar ahí…la asió entre sus delgados dedos con rabia y la lanzó.
- ¡Ay!
- ¿Quién anda ahí?
- Tranquila, no te asustes, soy yo, el hijo del panadero, Manuel.
- ¿Qué haces? ¿Me has seguido?
Manuel se acercó, miró el árbol, miró al arroyo y luego la miró a ella.
- Disculpa, yo también estuve en el funeral, y no te vi llorar. Se que Lucia y tu estabais muy unidas desde que murió tu madre, y como permaneciste tan callada y alejada de todos…bueno…te seguí hasta aquí. Además, ella me pidió que te diese esto.- Dijo tendiéndole un trozo de tela que envolvía algo.
María le miró sorprendida observando la expresión de su rostro.
- ¿Mi abuela te dio eso para mí?
- Si, fui a verla antes de morir. Sabrás que es. Me encargó dártelo y decirte que no olvides tu linaje, ni el lugar del que procedes.
Contrariada y celosa se apresuro a contestar al intruso con una pregunta:
- ¿Y que lugar es ese? Pareces conocer muy bien a mi abuela, con esas reuniones secretas…
- No te enfades por favor, ella y yo hablábamos a veces…además, parece que has encontrado tú sola el lugar.
- Ya veo… ¿No vas a dármelo?
- Claro…por supuesto. Toma, es tuyo.
Maria miró la tela, seda azul, la que le gustaba tanto a Lucia…
Supo que envolvía sin necesidad de liberar el hermoso lazo de su nudo.
Con amor y paciencia, su abuela le había dedicado hasta el último momento…
Acogiendo en su regazo el objeto…dejó caer el llanto. El haya dejó caer una última hoja, y el arroyo cantó acerca de la vida.
- Gracias.
Y se quedaron un rato sin hablar, porque no hacía falta.
Y porque no hacía falta, no encendieron ni fuego ni lumbre alguna.
Quedaron en la tenue oscuridad, el arroyo brillaba bajo la luz de la luna llena y el bosque empezó a murmurar con las voces de la noche.
- ¿Cuanto tiempo llevabas espiando?- Dijo Maria en voz baja.
- Te seguí desde que te fuiste, así que estuve junto a esa roca todo el tiempo…pensé en decirte algo…pero no sabía como reaccionarias, así que decidí esperar, casi me estaba durmiendo cuando me lanzaste la piedra.
- Yo no te lancé ninguna piedra, parece que hoy nada esta en su sitio, ni las piedras, ni tú, ni yo. No se que hago aquí. Vine con la esperanza de encontrar consuelo, pero solo conseguí sentirme más sola y triste, ya no esta… y ahora no tengo con quien hablar de las cosas que solo ella y yo entendíamos…
Manuel le dio la mano.
- ¿No vas a abrir lo que te he traído?
- No hace falta, ya se que es.
- Supongo…pero aún así…me gustaría verlo.
María calló un rato, el chico no parecía mala gente, y estaba siendo amable, además, parecía que Lucía y él se entendían bien, no le hubiese entregado la daga si no fuese así.
Pero… ¿Por qué se la dio a él?
- Manuel, ¿No te dijo nada más cuando te dio esto?
- Dijo que durante un tiempo estarías enfadada, que no querrías hablar con nadie y que tal vez vinieses a pasear sola entre los árboles, entonces yo debía entregarte esto.
Despacio y con calma, Maria liberó el lazo de la seda, y al contacto con sus manos, la daga pareció brillar, no estaba fría, su tacto era suave y dulce, como la mirada de Lucia. Las curvas de la empuñadura bailaban como hojas al viento bañadas de rocío en la mañana, parecía querer hablar.
La daga de su abuela…la fuerza de su abuela.
Manuel se quedó un rato sin articular palabra.
- ¿Perteneció a alguien antes que a tu abuela?
La luz de la memoria…
- Fue de Elena, la madre de Lucía.
- ¿La conociste?
- Si, yo nací cuando mi madre, Alba, apenas había cumplido los 18, se enamoró de un viajero errante que vino por las fiestas de la cosecha, ella entonces trabajaba ordenando y desordenando documentos en los archivos de la biblioteca del profesor que entonces enseñaba aquí, buscando pistas acerca de algo que desconozco, pero que ha mantenido ocupada incluso a Lucía durante años y años…
La sonrisa de la memoria…
"Una tarde de primavera, fueron a merendar al lago, cuando volvieron, le anunciaron a Lucia que habría otro cubierto en la mesa, al poco tiempo nací y…como sabes, mi madre murió cuando yo solo contaba 8 años.
El camión de la Compañía de la Madera sufrió un accidente, al soltarse los amarres que sujetaban la mercancía, cayeron los troncos…siempre me ha parecido una broma…ella iba en su bicicleta roja a enviar una carta a la oficina de correos, ella, que amaba el bosque, murió sepultada entre toneladas de pinos. Mi padre se fue y no supe más de él. Lucía me cuidó desde entonces y me enseño todo lo que sabía.
…Recuerdo a Elena sentada frente a la chimenea, y recuerdo también a Miguel.
Por las noches me quedaba junto a ellos, con la cabeza apoyada en el lomo de Tuor, el perro.
Elena nos contaba cuentos, recuerdo que siempre le pedía uno más, y ella me sonreía y decía que ya era muy vieja para uno más, entonces Miguel se reía. Mi abuela, que solía escuchar desde la cocina, decía que la culpa de todo la tenían las migas de su padre, y nos mandaba a todos a la cama, con la promesa de que si nos portábamos bien, mañana habría pastel de postre."
La noche ceñía ya el bosque y Manuel escuchaba a María contar la historia de su familia, empezaba a comprender el dolor de ella, empezaba a comprender su vacío.
Un búho ululó entre el ramaje de alguna encina que poblaba el viejo bosque, un ratón se quedó quieto y una nube que había ocultado la Luna momentáneamente, siguió su recorrido hacia lluvias o tormentas lejanas.
La daga volvió a brillar en las manos de la joven.
- He de explicarte algo María.- Dijo él como si fuese lo primero que decía en su vida, como si hubiese esperado siempre ese momento- Esa daga no es la única, y lo que Elena, Lucía y tu madre investigaban en la biblioteca esta en una caja de madera negra con unas inscripciones plateadas, en la buhardilla de tu casa.
Ella le miró, había lágrimas en sus ojos. Confió en él.
El muchacho se puso en pié, invitándola a levantarse, la guió hacia el otro lado del haya, una piedra musgosa y grande parecía recibir encantada un rayo de Luna.
Manuel con extremada delicadeza, levantó la roca, hurgó entre la tierra y de su vientre preñado de primavera, extrajo un objeto.
Volvió a colocar la piedra tal cual había permanecido, inalterable, quien sabe cuanto tiempo había pasado desde que Elena y Miguel la escogieron para guardar su secreto. Quien sabe porque lo hicieron…
Maria aceptó lo que las manos de Manuel le tendían con respeto, un escalofrío recorrió su brazo hasta la base de su espalda, ascendiendo hasta su cuello.
La daga había despertado. Una piedra de mar reposaba en ella, una piedra con una puerta abierte que mostraba los caminos de las estrellas.
En silencio, y sin saber porque, bañaron en las aguas cristalinas el legado que había sido encomendado a su cuidado y en silencio también, depositaron las dagas, juntas,hermosas en las hojas, que crujieron al sentir el peso del metal.
Manuel habló entonces:
- Una tarde paseaba justo por aquí y me detuve, estaba cansado, y quise sentarme, vi a Lucía inclinada junto al arroyo, limpiando algo que brillaba en su mano, un rayo de luz amarilla se proyectaba en las hojas del haya, que parecía susurrar esas canciones que solo entienden los árboles.
Al verme, sonrió y me pidió que me acercara.
Los ojos de Lucia tenían ese extraño color que os caracteriza a las mujeres de tu familia, parecéis venir de otro mundo, por eso hay quien os teme, pero eso ya lo sabías…
Estuvimos juntos casi todo el día, y me dijo que bajo la piedra reposaba la compañera de la daga que perteneció a su madre y luego a ella.
Tu abuela era una mujer sabia, cuando sus padres murieron le encomendaron la tarea de ser la memoria del pasado, de continuar con el trabajo que ellos habían iniciado cuando eran jóvenes.
Eso es lo que Lucia también esperaba de ti.
Tu madre quiso decírtelo cuando crecieses, pero no pudo, así que tu abuela esperó el momento oportuno, cuando supo cual era ese momento, me dio la daga y me dijo que te mostrase a su compañera, que te enseñase donde esta escondida la caja y que tu decidieses si querías abrirla.
- ¿Cuándo dices que fue eso?
- Justo el día que vinisteis a recoger las setas. Vino a verme esa noche mientras trabajaba en el horno, me dio la daga y me indicó el lugar donde podías encontrar todo lo que necesitaras.
La noche continuaba su viaje hacia el amanecer, y los dos jóvenes permanecieron unos tiempos callados, Maria rompió el silencio con una frase que Manuel recordaría toda la vida:
- Tengo unas migas en el bolsillo.
- Cuentan que es peligroso comer migas en el bosque, sobretodo si la Luna es llena y se está al lado de una bruja.
Respondió él, mientras masticaba el suculento manjar.
La hojarasca les cubría, se habían abrigado de bosque.
Al despertar el día envolvieron las dagas en el chal de Maria y se encaminaron hacia los márgenes del pueblo.
Al llegar a la buhardilla encontraron la caja en el lugar que esperaban.
Maria se puso a reír, feliz.
- Ella sabía que la abriría…siempre lo supo.
- Si, de hecho me dijo que no tardarías ni dos horas desde que te lo dijera…ha pasado la noche entera…
- Lo se, pero se estaba tan bien en el bosque…
Un anillo, muy antiguo, un mapa, muy viejo,un diccionario, extraño, una carta, en ingles.
La misiva estaba firmada por el hijo de un artista, en el sobre estaban escritos los nombres de Elena y Miguel, era la respuesta a una pregunta que le habían formulado hacía algún tiempo…
Maria se sintió explotar de gozo y plenitud.
- Tengo algo que hacer.
Cogió el anillo, la carta , el mapa, el diccionario y se sentó a escribir una historia…